Señor Presidente, Señor Rector, amigas y amigos, señoras y señores:

            Cuánto daría por encontrar las palabras justas para deciros la gratitud y la alegría, la ilusión que significa esta honra, Senén, que tenéis conmigo en este día único que no soñé nunca, en este veinte del mes de María, del mes de las rosas, labios divinos (por eso es que todas las madres se llaman María y por eso es que sólo ellas saben decir cumplidamente aunque granice en el medio y medio de su corazón, aunque diluvie en el medio y medio de nuestro corazón). Quisiera saber decir redondo con la verdad de las naranjas bien amarraditas en la rama al levantar el día la emoción caudalosa que me desborda.  Quisiera decir bien que es un milagro este recado de Belén para mi pesebre, donde reinan las ortigas y las espinas, y para mi candil, que tan pobremente alumbra. Para mi pesebre que no está cavado en roca, por supuesto que no, y que es de roble rebelde y mal trabajado en la pared del establo de los terneros… Pero dicen también que es cierto que María, madre de Cristo, se parecía tanto a su hijo que decían sus vecinos: nunca una madre se asemejó tanto a su hijo; y cuentan también que cuando María le miraba, una sonrisa recién nacida, nunca vista en el mundo, crecía en su rostro, como crece en el lomo de la tarde la sombra de los robles caminito de la noche.

            Hoy, amigas y amigos, quiero nombrar a Laxeiro, a Pesqueira, a Carlos Oroza, a Arturo Baltar, maestros míos que tanto me valieron y tanto me valen, y que son áncora radiante y unánime de la Niebla de nuestra aldea, de la tierra nuestra, y que sembraron en mí y rarearon en mí sueños esperanzados y misterios y racimos de uvas dulcísimas. Y para vosotros, amigas y amigos de vocación, salud y buena fortuna en los mares de esta vida, y que tengamos sitio en la carne de los días de nuestros tiempos. Y para vosotros, académicos y estudiantes, trabajadores y empresarios, gente del agro y del mar, y soñadores varios, que el misterio de Belén reine en nuestras entrañas y que entre todos amasemos el puente de la vida, cariñoso, bonito, el puente de la vida sano, luminoso.

            Querido Senén Barro Ameneiro, que esta Universidad resplandezca siempre en la vida de Galicia como la Vía Láctea resplandece en el  cielo y que se abra por todos los senderos, ríos y nubes, y que sea puerta del sol, ámbito propicio a nuestras ansias, y que cumpla aquel deseo de don Santiago Ramón y Cajal: la cultura consiste en darle alas a quien tiene manos, y manos a quien tiene alas; pero no olvidemos que el tamaño de la planta corresponde siempre al de su maceta. Y querido Senén, que se cumpla el sueño de Francisco de Asís: ¡¡¡que crezca el centeno y el trigo, que en todas las carreteras, que en todos los patios, que en todas las alamedas, que en todos los campanarios del mundo, los gorriones y todos los pajarillos que tanta alegría ponen en nuestros días vivan animosos y radiantes, saciados de trigo y de centeno, que ellos son gente principalísima y afinan más y mejor que nadie nuestro corazón!!!

            Amigas y amigos, que dentro de muchos años nuestros futuros digan de nosotros: eran gente mañosa y cuidaban de las fuentes, y sabían que Belén quiere decir pan, y sabían que Belén quiere decir carne. Y que escribíamos con punteros en la cantería de nuestras casas con letras del color de las cerezas ambroas por San Juan: ¡bendito el aire que mece la risa de los recién nacidos, bendito el humo de nuestras casas, los cómaros y las truchas y los zarzales cargaditos de moras por Santa María. Bendita la sombra de los castaños y su abrigo y las orejas de las liebres con arroz! ¡Benditos los de limpio corazón!

Antón Lamazares
Santiago de Compostela, 20 de mayo de 2010


 

 

 
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